En aquellos tiempos en que yo empecé a ejercer en un pueblo de Cádiz, de vez en cuando afloraban, al igual que ahora, las plagas de piojos, qué digo, ¡abundaban los piojos!
Como no había por parte de las autoridades municipales ni sanitarias ninguna medida de prevención o de información a los padres de los niños, las maestras y maestros teníamos que tomar medidas.
Cuando veía rascarse desenfrenadamente a los chavales la cabeza, me ponía manos a la obra:
Llamaba uno por uno a los niños, que tenían que venir a mi mesa con su lápiz, y yo sentada en ella lo cogía y les miraba la cabeza para ver si tenían los dichosos piojos. Si era así los mandaba a su casa con una nota para que tomaran medidas y le limpiaran de “habitantes”.
Un día de esos en que mandé a un niño con su notificación, se me presentó la madre muy ofendida porque , según decía ella, “zu niño era no un piojozo y que ella no conzentía que yo lo puziera en duda”.
Yo le expliqué que no era nada del otro mundo, pero que tenía que quitarle a su hijo todo el rebaño que pastaba por sus lindos pelos (entre piojos y liendres), y ella seguía en sus trece diciendo que “zu hijo no tenía ná de ezo que yo afirmaba”.
Cansada de discutir llamé al niño y le enseñé la plaga que albergaba su angelito, y cuando la vio dijo:
-¡Ah, ezo!, pero zeñorita, zi ezo ehz un ganao que llevamos tos”
lunes, febrero 26, 2007
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